tomado de Argenpress -- Ana María Primavesi, et al. (Alai) - ¿Hay ventajas con los cultivos transgénicos?
La realidad, no la promesa de la industria biotecnológica, es que después de casi 20 años en el mercado, más del 99 % de los transgénicos plantados en el mundo siguen siendo únicamente cuatro cultivos (soja, maíz, canola y algodón); todos son commodities, o sea mercancías industriales para exportación, todos son manejados por grandes empresas, desde la semilla a la comercialización; todos son para forrajes de animales en confinamiento, agrocombustibles u otros usos industriales
El 98% de los cultivos transgénicos está sembrado en solamente 10 países. 169 países no permiten su siembra comercial.Los transgénicos que se cultivan actualmente tienen sólo 2 caracteres genéticamente diseñados: resistencia a uno o varios agrotóxicos (85 %) insecticida autoproducido con cepas de la toxina Bt. (International Service for the Acquisition of Agri-biotech Applications, 2013)
Cualquier otro tipo de transgénicos tienen más bien un papel propagandístico, no se han consolidado en la realidad. Por ejemplo, los cultivos resistentes a la sequía o los cultivos con manipulaciones genéticas para mejorar su calidad nutricional, como el llamado “arroz dorado”, que aportaría vitamina A, no están en el mercado, principalmente porque no funcionan.
En ambos casos, esta falla de funcionamiento está relacionada con lo que describimos en el punto 1 sobre lo rudimentario que es la tecnología de los transgénicos. Tanto en el caso de la resistencia a la sequía como en los de producción de sustancias vitamínicas, se trata de características multifactoriales, que no dependen de un solo gen, ni del genoma mismo. Debido a la complejidad involucrada y las limitaciones de la visión reduccionista de quienes promueven los OGM, estos proyectos han fracasado y seguirán fracasando. Pero tristemente ello no significa que no los pondrán en los mercados, si sus promotores llegan a tener la oportunidad, pese a sus riesgos y a los pobres y nocivos resultados obtenidos.
La característica de resistencia a sequía que encontramos en cultivos no transgénicos es producto de una adaptación ambiental y local de largo plazo hecha por campesinos, lo cual se puede favorecer sin transgénicos ni grandes costos de investigación. Por ser producto de una multiplicidad de factores, tratar de reducirlo a una manipulación genética es una hazaña costosa, insegura, y que en el mejor de los casos solo serviría para algunas zonas, no para la gran diversidad de áreas y situaciones bio-geo-climáticas donde trabajan los campesinos pobres y la mayoría de agricultores de pequeña escala.
Los proyectos de investigación de las transnacionales con algunos centros internacionales de investigación parten, justamente, de la apropiación del conocimiento campesino, ya que las empresas usan y patentan genes de plantas que han sido domesticadas y adaptadas por campesinos. Convierten esos cultivos que estaban adaptados, accesibles y de uso colectivo, en el producto de procesos tecnológicos muy costosos, pese a lo cual sus resultados son extraordinariamente escasos y de eventual aplicación insegura y muy estrecha. (Union of Concerned Scientists, 2012).
Si lo que se necesita es afirmar la capacidad de los cultivos de adaptación a la sequía, esto en cualquier caso no se puede hacer centralmente para todo el planeta, sino que se debe favorecer los procesos diversificados campesinos y la colaboración con centros nacionales de investigación pública, sin introducir los riesgos que significan los transgénicos.
El mito del arroz dorado
El caso de los cultivos con supuestos beneficios nutricionales agregados por transgenia, como el del “arroz dorado” o arroz con pro-vitamina A, adolece del mismo tipo de fallas. Se trata de una investigación costosa, financiada con inversiones público-privadas, con múltiples problemas. Implica todos los riesgos de los transgénicos que ya mencionamos, y suma otros por el tipo de manipulación que se hace, diferente de las que ya existen en el mercado.
El primer tipo de arroz con beta-caroteno (GR1) que se anunció en el año 2000, desarrollado por Ingo Potrykus y Peter Beyer del Instituto Suizo de Tecnología, fue un accidente. Los investigadores buscaban otro resultado con ingeniería genética en arroz, pero “para su sorpresa” según ellos mismos declararon, se produjo un precursor de beta-caroteno. Esto ya de por sí debería haber sido una llamada de atención a esos investigadores de que su trabajo no tenía en cuenta muchas variables de la complejidad del proceso. Por el contrario, lo dieron a conocer como si fuera un gran éxito, pese a que para obtener la mínima cantidad diaria de vitamina A que necesita un niño, debía comer varios kilogramos de ese arroz diariamente.
Posteriormente, estos investigadores licenciaron la investigación a la multinacional Syngenta, que a su vez en 2004 donó la licencia a la plataforma Golden Rice Humanitarian Board, a la cual se integró la Fundación Syngenta; sin embargo la empresa retuvo los derechos comerciales.
En el año 2005, Syngenta anunció un nuevo evento transgénico del llamado arroz dorado (Paine, Shipton, Chaggar, S. et al., 2005) que tendría mayor contenido de pro-vitamina A (GR2). Sin embargo, tampoco en este caso está demostrado que la pro-vitamina sea estable en ese arroz, ya que una vez cosechado y en el proceso normal de almacenaje, se oxida fácilmente, disminuyendo al 10% el contenido de pro-vitamina A declarado.
Después de 20 años y muchos millones dólares invertidos en esta investigación, según el Instituto Internacional de Investigación en Arroz, el “arroz dorado” está aún lejos de su comercialización. Esto se debe a las dificultades que implica tratar de crear una ruta bioquímica totalmente nueva a través de ingeniería genética (IRRI, 2013).
En efecto, el arroz dorado no es una operación de transgenia como las que ya existen, sino que se trata de manipular un paso metabólico, lo cual implica complejidades, incertidumbres y riesgos adicionales a los que ya se conocen sobre los otros transgénicos. No hay seguridad de que los constructos genéticos sean estables o que el paso metabólico sintético no actúe de forma diferente de cuando crece en la planta, o que afecte otras rutas metabólicas con consecuencias impredecibles para las plantas, el ambiente y los que lo consuman.
De hecho estos ejemplos ya han sucedido en experimentos de laboratorio. (Greenpeace, 2013). Ademas, podría aumentar o disminuir el contenido de beta-caroteno y promover otros precursores simultáneamente, con consecuencias que pueden ser graves para la salud humana. Existen evidencias científicas de que el proceso desde beta-caroteno a vitamina A también puede generar componentes dañinos a la salud humana si ocurre en altas cantidades (Schubert, 2008).
Este tipo de componentes secundarios pueden bloquear señalamientos celulares importantes para los organismos (Eroglu, Hruszkewycz, Dela Sena et al., 2012). Los resultados metabólicos de este tipo de ingeniería genética están escasamente comprendidos. Como si fuera poco, la forma cómo este tipo de beta-caroteno del arroz dorado sería procesado en el cuerpo humano y qué componentes secundarios podría producir, a diferencia de lo que sucede con el beta-caroteno natural, son completamente desconocidos.
En suma, además de los problemas ya demostrados con los transgénicos de uso común (el cultivo insecticida Bt y los cultivos resistentes al glifosato), existen serios problemas potenciales a la salud relacionados con el control de los niveles de ácido retinoico y otros retinoides del proceso. El beta-caroteno se transforma en retinal en presencia de la enzima oxigenasa, pero se reduce a retinol, más conocido como vitamina A. Sin embargo, el retinal también se oxida, formando ácido retinoico, que en altas cantidades se convierte en un potente teratógeno. (Hansen, 2014).
El arroz es componente esencial de la dieta cotidiana de Asia y de una gran parte de la humanidad, por lo que estos riesgos son graves e innecesarios. Además sería un arroz que se pretende introducir justamente en su centro de origen. Si así se hiciera, inevitablemente ocurriría contaminación transgénica del arroz campesino, lo cual tendría impactos tanto sobre las semillas nativas, como en los derechos de los agricultores y en la salud de los campesinos que lo consumieran.
Pese a que el arroz no tiene polinización abierta, hay muchas vías de contaminación en almacenaje, trasiego y transporte. Estudios en China ya han encontrado contaminación transgénica del arroz silvestre y parientes. (Canadian Biotechnology Action Network, 2014)
El proyecto del arroz dorado transgénico ha consumido más de 100 millones de dólares de instituciones y “filantropía”, entre otros de la Fundación Bill y Melinda Gates y varias instituciones nacionales e internacionales de ayuda al desarrollo, dinero con el cual se podría haber atendido de forma sustentable y sin alta tecnología, la deficiencia de vitamina A en muchos de los países donde existe.
Por ejemplo, la vitamina A existe en diferentes hierbas que acompañan los cultivos, que son de consumo común entre campesinos que cultivan arroz. Si el arroz se produce en plantaciones uniformes industriales y con agroquímicos, ese tipo de hierbas que contienen muchos más nutrientes que solamente una vitamina, desaparecen. Es decir, la supuesta “solución” crea nuevos problemas. Es lo mismo con el caso del maíz transgénico cultivado en el área Mesoamericana.
Además, se puede obtener la dosis de vitamina A necesaria diversificando cultivos y con diferentes frutas y vegetales cuya siembra esté adecuada a cada lugar, situación que puede ser resuelta por campesinos sin caer en la dependencia, sea del mercado o de programas públicos que cambian según los cambios de políticas gubernamentales. Sin embargo, inducir la dependencia quizá sea una intención de las transnacionales con este proyecto, ya que su finalidad como empresas no es la caridad.
El amaranto, la espinaca, la col y muchos otros vegetales comunes en la cocina asiática tienen, como mínimo, más de cinco veces el contenido de beta-caroteno que tendría el arroz dorado en una porción normal de alimento. (Shiva, 2014).
¿Los transgénicos públicos son mejores?
La Empresa Brasileira de Pesquisa Agropecuária (Embrapa), institución brasileña de investigación agrícola, manipuló genéticamente un frijol común para hacerlo resistente al mosaico dorado, una enfermedad que puede ser plaga de esta especie. Este evento, llamado Embrapa 5.1, se presenta como un caso emblemático, porque aunque está patentado, es producto de la investigación pública y hasta ahora no se ha licenciado a transnacionales.
Sin embargo, su aprobación por parte de la comisión de bioseguridad de ese país (CNTBio) fue poco “pública”, ya que partes significativas de la investigación y de la información sobre el constructo transgénico se marcaron como “confidenciales”, de tal modo que ni otros científicos independientes, ni algunos revisores de bioseguridad tuvieron acceso a toda la información. (Agapito y Nodari, 2011).
Este frijol transgénico también se encuadra en las incertidumbres e impactos potenciales que describimos sobre la ingeniería genética en el punto 1. Pero igual que el “arroz dorado”, agrega nuevos factores de riesgo, ya que se desarrolló con una tecnología que no ha sido utilizada para difusión a gran escala en ningún país del mundo.
La tecnología usada en el frijol 5.1, llamada pequeño Arn de interferencia - siRNA- produce una reacción directa al virus patógeno. La planta produce una molécula que va al silenciar o interferir con la producción de una molécula en el virus patógeno evitaría que se replique en las células de las plantas. Pero esta molécula de siRNA puede también afectar la expresión de otros genes en diversos organismos ya que su mecanismo de acción aún no está bien comprendido.
Hay evidencia científica que señala posibles riesgos asociados con este tipo de tecnología. En 2006 se publicó una revisión de artículos sobre el uso de esta tecnología en plantas transgénicas, en la revista científica Genes and Development. Se describe que los agentes de RNA son capaces de moverse entre los tejidos de las plantas y por tanto su acción no sólo afecta a la célula en la que se producen, sino que puede detonar otras reacciones. (Vaucheret, 2006).
Hay pruebas de que estas moléculas pueden afectar a otras moléculas no objetivo, con resultados inesperados y potencialmente negativos. (Agapito y Nodari, 2011). Estudios posteriores, incluyendo los de dos investigadores de la agencia oficial de Estados Unidos EPA (Agencia de Protección Ambiental) confirman estas proposiciones. (Lundgren y Duan, 2013).
Nuevamente, el frijol es un componente básico de la alimentación en Brasil. Los agricultores de pequeña escala son responsables de más de dos terceras partes de lo que se produce. En lugar de ofrecer una alta tecnología, que coloca nuevos riesgos al ambiente y a la salud, y de la cual ni siquiera está comprobada su efectividad, se debería apoyar a los campesinos y agricultores familiares a reforzar sus estrategias propias, agroecológicas y adecuadas a una diversidad de situaciones, para enfrentar la plaga del mosaico dorado y otros problemas - sigue
La realidad, no la promesa de la industria biotecnológica, es que después de casi 20 años en el mercado, más del 99 % de los transgénicos plantados en el mundo siguen siendo únicamente cuatro cultivos (soja, maíz, canola y algodón); todos son commodities, o sea mercancías industriales para exportación, todos son manejados por grandes empresas, desde la semilla a la comercialización; todos son para forrajes de animales en confinamiento, agrocombustibles u otros usos industriales
El 98% de los cultivos transgénicos está sembrado en solamente 10 países. 169 países no permiten su siembra comercial.Los transgénicos que se cultivan actualmente tienen sólo 2 caracteres genéticamente diseñados: resistencia a uno o varios agrotóxicos (85 %) insecticida autoproducido con cepas de la toxina Bt. (International Service for the Acquisition of Agri-biotech Applications, 2013)
Cualquier otro tipo de transgénicos tienen más bien un papel propagandístico, no se han consolidado en la realidad. Por ejemplo, los cultivos resistentes a la sequía o los cultivos con manipulaciones genéticas para mejorar su calidad nutricional, como el llamado “arroz dorado”, que aportaría vitamina A, no están en el mercado, principalmente porque no funcionan.
En ambos casos, esta falla de funcionamiento está relacionada con lo que describimos en el punto 1 sobre lo rudimentario que es la tecnología de los transgénicos. Tanto en el caso de la resistencia a la sequía como en los de producción de sustancias vitamínicas, se trata de características multifactoriales, que no dependen de un solo gen, ni del genoma mismo. Debido a la complejidad involucrada y las limitaciones de la visión reduccionista de quienes promueven los OGM, estos proyectos han fracasado y seguirán fracasando. Pero tristemente ello no significa que no los pondrán en los mercados, si sus promotores llegan a tener la oportunidad, pese a sus riesgos y a los pobres y nocivos resultados obtenidos.
La característica de resistencia a sequía que encontramos en cultivos no transgénicos es producto de una adaptación ambiental y local de largo plazo hecha por campesinos, lo cual se puede favorecer sin transgénicos ni grandes costos de investigación. Por ser producto de una multiplicidad de factores, tratar de reducirlo a una manipulación genética es una hazaña costosa, insegura, y que en el mejor de los casos solo serviría para algunas zonas, no para la gran diversidad de áreas y situaciones bio-geo-climáticas donde trabajan los campesinos pobres y la mayoría de agricultores de pequeña escala.
Los proyectos de investigación de las transnacionales con algunos centros internacionales de investigación parten, justamente, de la apropiación del conocimiento campesino, ya que las empresas usan y patentan genes de plantas que han sido domesticadas y adaptadas por campesinos. Convierten esos cultivos que estaban adaptados, accesibles y de uso colectivo, en el producto de procesos tecnológicos muy costosos, pese a lo cual sus resultados son extraordinariamente escasos y de eventual aplicación insegura y muy estrecha. (Union of Concerned Scientists, 2012).
Si lo que se necesita es afirmar la capacidad de los cultivos de adaptación a la sequía, esto en cualquier caso no se puede hacer centralmente para todo el planeta, sino que se debe favorecer los procesos diversificados campesinos y la colaboración con centros nacionales de investigación pública, sin introducir los riesgos que significan los transgénicos.
El mito del arroz dorado
El caso de los cultivos con supuestos beneficios nutricionales agregados por transgenia, como el del “arroz dorado” o arroz con pro-vitamina A, adolece del mismo tipo de fallas. Se trata de una investigación costosa, financiada con inversiones público-privadas, con múltiples problemas. Implica todos los riesgos de los transgénicos que ya mencionamos, y suma otros por el tipo de manipulación que se hace, diferente de las que ya existen en el mercado.
El primer tipo de arroz con beta-caroteno (GR1) que se anunció en el año 2000, desarrollado por Ingo Potrykus y Peter Beyer del Instituto Suizo de Tecnología, fue un accidente. Los investigadores buscaban otro resultado con ingeniería genética en arroz, pero “para su sorpresa” según ellos mismos declararon, se produjo un precursor de beta-caroteno. Esto ya de por sí debería haber sido una llamada de atención a esos investigadores de que su trabajo no tenía en cuenta muchas variables de la complejidad del proceso. Por el contrario, lo dieron a conocer como si fuera un gran éxito, pese a que para obtener la mínima cantidad diaria de vitamina A que necesita un niño, debía comer varios kilogramos de ese arroz diariamente.
Posteriormente, estos investigadores licenciaron la investigación a la multinacional Syngenta, que a su vez en 2004 donó la licencia a la plataforma Golden Rice Humanitarian Board, a la cual se integró la Fundación Syngenta; sin embargo la empresa retuvo los derechos comerciales.
En el año 2005, Syngenta anunció un nuevo evento transgénico del llamado arroz dorado (Paine, Shipton, Chaggar, S. et al., 2005) que tendría mayor contenido de pro-vitamina A (GR2). Sin embargo, tampoco en este caso está demostrado que la pro-vitamina sea estable en ese arroz, ya que una vez cosechado y en el proceso normal de almacenaje, se oxida fácilmente, disminuyendo al 10% el contenido de pro-vitamina A declarado.
Después de 20 años y muchos millones dólares invertidos en esta investigación, según el Instituto Internacional de Investigación en Arroz, el “arroz dorado” está aún lejos de su comercialización. Esto se debe a las dificultades que implica tratar de crear una ruta bioquímica totalmente nueva a través de ingeniería genética (IRRI, 2013).
En efecto, el arroz dorado no es una operación de transgenia como las que ya existen, sino que se trata de manipular un paso metabólico, lo cual implica complejidades, incertidumbres y riesgos adicionales a los que ya se conocen sobre los otros transgénicos. No hay seguridad de que los constructos genéticos sean estables o que el paso metabólico sintético no actúe de forma diferente de cuando crece en la planta, o que afecte otras rutas metabólicas con consecuencias impredecibles para las plantas, el ambiente y los que lo consuman.
De hecho estos ejemplos ya han sucedido en experimentos de laboratorio. (Greenpeace, 2013). Ademas, podría aumentar o disminuir el contenido de beta-caroteno y promover otros precursores simultáneamente, con consecuencias que pueden ser graves para la salud humana. Existen evidencias científicas de que el proceso desde beta-caroteno a vitamina A también puede generar componentes dañinos a la salud humana si ocurre en altas cantidades (Schubert, 2008).
Este tipo de componentes secundarios pueden bloquear señalamientos celulares importantes para los organismos (Eroglu, Hruszkewycz, Dela Sena et al., 2012). Los resultados metabólicos de este tipo de ingeniería genética están escasamente comprendidos. Como si fuera poco, la forma cómo este tipo de beta-caroteno del arroz dorado sería procesado en el cuerpo humano y qué componentes secundarios podría producir, a diferencia de lo que sucede con el beta-caroteno natural, son completamente desconocidos.
En suma, además de los problemas ya demostrados con los transgénicos de uso común (el cultivo insecticida Bt y los cultivos resistentes al glifosato), existen serios problemas potenciales a la salud relacionados con el control de los niveles de ácido retinoico y otros retinoides del proceso. El beta-caroteno se transforma en retinal en presencia de la enzima oxigenasa, pero se reduce a retinol, más conocido como vitamina A. Sin embargo, el retinal también se oxida, formando ácido retinoico, que en altas cantidades se convierte en un potente teratógeno. (Hansen, 2014).
El arroz es componente esencial de la dieta cotidiana de Asia y de una gran parte de la humanidad, por lo que estos riesgos son graves e innecesarios. Además sería un arroz que se pretende introducir justamente en su centro de origen. Si así se hiciera, inevitablemente ocurriría contaminación transgénica del arroz campesino, lo cual tendría impactos tanto sobre las semillas nativas, como en los derechos de los agricultores y en la salud de los campesinos que lo consumieran.
Pese a que el arroz no tiene polinización abierta, hay muchas vías de contaminación en almacenaje, trasiego y transporte. Estudios en China ya han encontrado contaminación transgénica del arroz silvestre y parientes. (Canadian Biotechnology Action Network, 2014)
El proyecto del arroz dorado transgénico ha consumido más de 100 millones de dólares de instituciones y “filantropía”, entre otros de la Fundación Bill y Melinda Gates y varias instituciones nacionales e internacionales de ayuda al desarrollo, dinero con el cual se podría haber atendido de forma sustentable y sin alta tecnología, la deficiencia de vitamina A en muchos de los países donde existe.
Por ejemplo, la vitamina A existe en diferentes hierbas que acompañan los cultivos, que son de consumo común entre campesinos que cultivan arroz. Si el arroz se produce en plantaciones uniformes industriales y con agroquímicos, ese tipo de hierbas que contienen muchos más nutrientes que solamente una vitamina, desaparecen. Es decir, la supuesta “solución” crea nuevos problemas. Es lo mismo con el caso del maíz transgénico cultivado en el área Mesoamericana.
Además, se puede obtener la dosis de vitamina A necesaria diversificando cultivos y con diferentes frutas y vegetales cuya siembra esté adecuada a cada lugar, situación que puede ser resuelta por campesinos sin caer en la dependencia, sea del mercado o de programas públicos que cambian según los cambios de políticas gubernamentales. Sin embargo, inducir la dependencia quizá sea una intención de las transnacionales con este proyecto, ya que su finalidad como empresas no es la caridad.
El amaranto, la espinaca, la col y muchos otros vegetales comunes en la cocina asiática tienen, como mínimo, más de cinco veces el contenido de beta-caroteno que tendría el arroz dorado en una porción normal de alimento. (Shiva, 2014).
¿Los transgénicos públicos son mejores?
La Empresa Brasileira de Pesquisa Agropecuária (Embrapa), institución brasileña de investigación agrícola, manipuló genéticamente un frijol común para hacerlo resistente al mosaico dorado, una enfermedad que puede ser plaga de esta especie. Este evento, llamado Embrapa 5.1, se presenta como un caso emblemático, porque aunque está patentado, es producto de la investigación pública y hasta ahora no se ha licenciado a transnacionales.
Sin embargo, su aprobación por parte de la comisión de bioseguridad de ese país (CNTBio) fue poco “pública”, ya que partes significativas de la investigación y de la información sobre el constructo transgénico se marcaron como “confidenciales”, de tal modo que ni otros científicos independientes, ni algunos revisores de bioseguridad tuvieron acceso a toda la información. (Agapito y Nodari, 2011).
Este frijol transgénico también se encuadra en las incertidumbres e impactos potenciales que describimos sobre la ingeniería genética en el punto 1. Pero igual que el “arroz dorado”, agrega nuevos factores de riesgo, ya que se desarrolló con una tecnología que no ha sido utilizada para difusión a gran escala en ningún país del mundo.
La tecnología usada en el frijol 5.1, llamada pequeño Arn de interferencia - siRNA- produce una reacción directa al virus patógeno. La planta produce una molécula que va al silenciar o interferir con la producción de una molécula en el virus patógeno evitaría que se replique en las células de las plantas. Pero esta molécula de siRNA puede también afectar la expresión de otros genes en diversos organismos ya que su mecanismo de acción aún no está bien comprendido.
Hay evidencia científica que señala posibles riesgos asociados con este tipo de tecnología. En 2006 se publicó una revisión de artículos sobre el uso de esta tecnología en plantas transgénicas, en la revista científica Genes and Development. Se describe que los agentes de RNA son capaces de moverse entre los tejidos de las plantas y por tanto su acción no sólo afecta a la célula en la que se producen, sino que puede detonar otras reacciones. (Vaucheret, 2006).
Hay pruebas de que estas moléculas pueden afectar a otras moléculas no objetivo, con resultados inesperados y potencialmente negativos. (Agapito y Nodari, 2011). Estudios posteriores, incluyendo los de dos investigadores de la agencia oficial de Estados Unidos EPA (Agencia de Protección Ambiental) confirman estas proposiciones. (Lundgren y Duan, 2013).
Nuevamente, el frijol es un componente básico de la alimentación en Brasil. Los agricultores de pequeña escala son responsables de más de dos terceras partes de lo que se produce. En lugar de ofrecer una alta tecnología, que coloca nuevos riesgos al ambiente y a la salud, y de la cual ni siquiera está comprobada su efectividad, se debería apoyar a los campesinos y agricultores familiares a reforzar sus estrategias propias, agroecológicas y adecuadas a una diversidad de situaciones, para enfrentar la plaga del mosaico dorado y otros problemas - sigue
