tomado de Argenpress - Ana María Primavesi, et al. (Alai) - ¿Quién gana y quién pierde con los transgénicos?
No hay duda de que los que más se benefician con los cultivos transgénicos son las seis transnacionales que controlan el 100% de las semillas transgénicas a nivel global: Monsanto, Syngenta, DuPont, Dow Agrosciences, Bayer y Basf
Son las seis mayores corporaciones de producción de químicos y juntas controlan el 76% del mercado mundial de agrotóxicos y el 60% del mercado mundial de todo tipo de semillas. Además, dominan el 75% de toda la investigación privada sobre cultivos.
Nunca antes en la historia de la alimentación había ocurrido tal grado de concentración corporativa en un sector esencial para la sobrevivencia. Esta configuración también explica que los transgénicos signifiquen un enorme aumento del uso de agrotóxicos, ya que es lo que les reporta mayores ganancias: el mercado de venta de agrotóxicos es mucho mayor que el de venta de semillas.
La industria biotecnológica afirma que los transgénicos son los cultivos “más analizados” de la historia. Es falso, porque en los países donde se han autorizado, se basan en los estudios y conclusiones de las propias empresas. En Europa, donde se requieren estudios adicionales, prácticamente no se cultivan transgénicos y varios países europeos han optado incluso por prohibir su siembra.
La realidad es que los cultivos transgénicos están llenos de incertidumbres y riesgos a la salud y al ambiente y no aportan ninguna ventaja frente a los cultivos que ya existían. La semilla es mucho más cara, rinden menos en promedio, usan mucho más agrotóxicos y al estar patentados, la contaminación transgénica es un delito para las víctimas. Adicionalmente, según datos de los analistas de la industria, la investigación y desarrollo de una semilla transgénica cuesta en promedio 136 millones de dólares, mientras que el desarrollo de una semilla híbrida cuesta un millón de dólares. (Phillips McDougall, 2011).
La única razón para comercializar transgénicos es que las empresas obtienen mayores ganancias aunque sean un producto más deficiente que los híbridos que ya existían. Un producto que en la diversidad de terrenos y variaciones climáticas y geográficas de la gran mayoría de agricultores de pequeña escala en el mundo, ni siquiera funciona.
Frente a estos datos, la pregunta que muchos se hacen es ¿cómo consiguió esto la industria? Ha sido un proceso de varias aristas. Por un lado, en las últimas tres décadas, grandes empresas transnacionales han ido comprando las empresas nacionales y regionales de semillas y agronegocios para obtener el control del mercado. Paralelamente convencieron a los gobiernos de que la ingeniería genética era un gran progreso para la agricultura y alimentación, pero que por sus costos y riesgos, sólo tenían capacidad de desarrollarla y evaluarla dentro de la propia industria, por lo que había que apoyarlos, en desmedro de los análisis de riesgo independientes y de otras alternativas de investigación agronómica pública.
La investigación agrícola pública ha sido desmantelada progresivamente. Y para apoyar a la industria “a alimentar al mundo”, los gobiernos han ido adoptando leyes nacionales e internacionales de propiedad intelectual, de semillas y de bioseguridad que garantizan el bienestar de los cárteles oligopólicos. (ETC Group, 2008).
Si los productores de Estados Unidos y Canadá siguen plantando transgénicos, es porque no pueden elegir otra opción: las mismas corporaciones de agronegocios controlan todo el mercado de semillas y solo multiplican las que quieren vender, por lo que a la hora de sembrar, sólo encuentran oferta de semillas transgénicas.
Una situación similar se repite en los mercados industriales de Brasil, India y Argentina (esos 5 países cubren el 90% del mercado mundial de transgénicos) con agregados de situaciones particulares, como el bajo pago de regalías porque los agricultores multiplican su propia semilla -contra la voluntad de las empresas; u otros recursos que no tienen que ver con “ventajas” de los transgénicos, sino con el poder económico de mercadeo y control de las transnacionales sobre los gobiernos.
Los que perdemos con los transgénicos somos la mayoría de los pueblos del planeta, desde los campesinos y agricultores pequeños, a los consumidores de las ciudades, pasando por los investigadores públicos y todos los que tenemos que sufrir la contaminación química de alimentos, agua y suelos.
En todo el mundo, las encuestas confirman que la gran mayoría de los consumidores no quiere comer transgénicos. Las corporaciones lo saben, por eso se oponen al etiquetado de sus productos, gastando decenas de millones de dólares para impedirlo. Si los transgénicos no conllevaran perjuicios, como ellos afirman, no deberían tener problema en que se etiquetaran.
La vasta mayoría de los campesinos y agricultores familiares se oponen a los transgénicos porque representan una amenaza más a su precaria situación económica, desplazando sus mercados, contaminando las semillas, tierra y agua.
Como describimos en la introducción de este documento, son los pequeños proveedores de alimentos (campesinos, pescadores artesanales, huertas urbanas, etcétera) los que alimentan a más del 70% de la población mundial. La industria de los transgénicos los desplaza y amenaza sus semillas y sus formas de producción por muchas vías, y con ello aumenta el hambre y la desnutrición mucho más que lo que cualquier semilla tecnológica “milagrosa” podría jamás atender.
Existen muchas alternativas de sistemas agrícolas, diversas y más acordes con la naturaleza, que no crean dependencia con las transnacionales, que fortalecen la soberanía y las diferentes formas de desarrollo local, que favorecen a los pobres del campo y de la ciudad, que aumentan las oportunidades de trabajo, los mercados y agroindustrias locales, sin riesgos para la salud y el ambiente, y mucho más económicas y éticas.
* Por encomienda de la Vía Campesina, este documento fue entregado al Papa Francisco, el 30 de abril de 2014, por Ana María Primavesi, Andrés E. Carrasco, Elena Álvarez-Buylla, Pat Mooney, Paulo Kageyama, Rubens Nodari, Vandana Shiva y Vanderley Pignati - sigue con notas y referencias biblio
No hay duda de que los que más se benefician con los cultivos transgénicos son las seis transnacionales que controlan el 100% de las semillas transgénicas a nivel global: Monsanto, Syngenta, DuPont, Dow Agrosciences, Bayer y Basf
Son las seis mayores corporaciones de producción de químicos y juntas controlan el 76% del mercado mundial de agrotóxicos y el 60% del mercado mundial de todo tipo de semillas. Además, dominan el 75% de toda la investigación privada sobre cultivos.
Nunca antes en la historia de la alimentación había ocurrido tal grado de concentración corporativa en un sector esencial para la sobrevivencia. Esta configuración también explica que los transgénicos signifiquen un enorme aumento del uso de agrotóxicos, ya que es lo que les reporta mayores ganancias: el mercado de venta de agrotóxicos es mucho mayor que el de venta de semillas.
La industria biotecnológica afirma que los transgénicos son los cultivos “más analizados” de la historia. Es falso, porque en los países donde se han autorizado, se basan en los estudios y conclusiones de las propias empresas. En Europa, donde se requieren estudios adicionales, prácticamente no se cultivan transgénicos y varios países europeos han optado incluso por prohibir su siembra.
La realidad es que los cultivos transgénicos están llenos de incertidumbres y riesgos a la salud y al ambiente y no aportan ninguna ventaja frente a los cultivos que ya existían. La semilla es mucho más cara, rinden menos en promedio, usan mucho más agrotóxicos y al estar patentados, la contaminación transgénica es un delito para las víctimas. Adicionalmente, según datos de los analistas de la industria, la investigación y desarrollo de una semilla transgénica cuesta en promedio 136 millones de dólares, mientras que el desarrollo de una semilla híbrida cuesta un millón de dólares. (Phillips McDougall, 2011).
La única razón para comercializar transgénicos es que las empresas obtienen mayores ganancias aunque sean un producto más deficiente que los híbridos que ya existían. Un producto que en la diversidad de terrenos y variaciones climáticas y geográficas de la gran mayoría de agricultores de pequeña escala en el mundo, ni siquiera funciona.
Frente a estos datos, la pregunta que muchos se hacen es ¿cómo consiguió esto la industria? Ha sido un proceso de varias aristas. Por un lado, en las últimas tres décadas, grandes empresas transnacionales han ido comprando las empresas nacionales y regionales de semillas y agronegocios para obtener el control del mercado. Paralelamente convencieron a los gobiernos de que la ingeniería genética era un gran progreso para la agricultura y alimentación, pero que por sus costos y riesgos, sólo tenían capacidad de desarrollarla y evaluarla dentro de la propia industria, por lo que había que apoyarlos, en desmedro de los análisis de riesgo independientes y de otras alternativas de investigación agronómica pública.
La investigación agrícola pública ha sido desmantelada progresivamente. Y para apoyar a la industria “a alimentar al mundo”, los gobiernos han ido adoptando leyes nacionales e internacionales de propiedad intelectual, de semillas y de bioseguridad que garantizan el bienestar de los cárteles oligopólicos. (ETC Group, 2008).
Si los productores de Estados Unidos y Canadá siguen plantando transgénicos, es porque no pueden elegir otra opción: las mismas corporaciones de agronegocios controlan todo el mercado de semillas y solo multiplican las que quieren vender, por lo que a la hora de sembrar, sólo encuentran oferta de semillas transgénicas.
Una situación similar se repite en los mercados industriales de Brasil, India y Argentina (esos 5 países cubren el 90% del mercado mundial de transgénicos) con agregados de situaciones particulares, como el bajo pago de regalías porque los agricultores multiplican su propia semilla -contra la voluntad de las empresas; u otros recursos que no tienen que ver con “ventajas” de los transgénicos, sino con el poder económico de mercadeo y control de las transnacionales sobre los gobiernos.
Los que perdemos con los transgénicos somos la mayoría de los pueblos del planeta, desde los campesinos y agricultores pequeños, a los consumidores de las ciudades, pasando por los investigadores públicos y todos los que tenemos que sufrir la contaminación química de alimentos, agua y suelos.
En todo el mundo, las encuestas confirman que la gran mayoría de los consumidores no quiere comer transgénicos. Las corporaciones lo saben, por eso se oponen al etiquetado de sus productos, gastando decenas de millones de dólares para impedirlo. Si los transgénicos no conllevaran perjuicios, como ellos afirman, no deberían tener problema en que se etiquetaran.
La vasta mayoría de los campesinos y agricultores familiares se oponen a los transgénicos porque representan una amenaza más a su precaria situación económica, desplazando sus mercados, contaminando las semillas, tierra y agua.
Como describimos en la introducción de este documento, son los pequeños proveedores de alimentos (campesinos, pescadores artesanales, huertas urbanas, etcétera) los que alimentan a más del 70% de la población mundial. La industria de los transgénicos los desplaza y amenaza sus semillas y sus formas de producción por muchas vías, y con ello aumenta el hambre y la desnutrición mucho más que lo que cualquier semilla tecnológica “milagrosa” podría jamás atender.
Existen muchas alternativas de sistemas agrícolas, diversas y más acordes con la naturaleza, que no crean dependencia con las transnacionales, que fortalecen la soberanía y las diferentes formas de desarrollo local, que favorecen a los pobres del campo y de la ciudad, que aumentan las oportunidades de trabajo, los mercados y agroindustrias locales, sin riesgos para la salud y el ambiente, y mucho más económicas y éticas.
* Por encomienda de la Vía Campesina, este documento fue entregado al Papa Francisco, el 30 de abril de 2014, por Ana María Primavesi, Andrés E. Carrasco, Elena Álvarez-Buylla, Pat Mooney, Paulo Kageyama, Rubens Nodari, Vandana Shiva y Vanderley Pignati - sigue con notas y referencias biblio
